El agua es para las ranas

Ahhhhh beber, beber, qué maravilloso es beber vino, el agua es para las ranas, dijo un chef español cuyo nombre no puedo recordar, pero que me encanta ver cocinar, porque me recuerda el preciso momento en que, después de sacar una fuente humeante del horno, o un cucharón de palo de la olla, rebosante de carnes y jugos chorreantes y lustrosos, no puedo hacer más que pensar que la vida es para disfrutar, junto a otras pocas cosas, comiendo y bebiendo.

No hay nada más pecaminoso que los excesos cuando se trata de dar placer al sentido del gusto, del olfato, e incluso del tacto. Y, aunque por esto tenga que confesarme después, no me cohíbo en absoluto cuando se trata de chuparme los dedos, porque hay cosas que ni los curas, ni los tenedores entienden.

Descubrir el vino a temprana edad, es como entender El Quijote a los 10, te hace darle un sentido abstracto a todas las cosas, te hace mirar el mundo desde un pedestal.

Cada tanto rindo homenaje al vino, bebiéndomelo. Pero una tarde, muchos años atrás, le escribí un poema:

Quiero ser muchas cosas

cuando me canso de ser yo.

 

Quiero, por ejemplo,

ser un anciano ajedrecista,

cómplice de su risa y sus palabras,

reconciliado con su suerte,

y feliz de haber gastado su vida

por amor

a la mujer equivocada.

 

Quiero ser sombrero,

y dormir una siesta interminable

al medio día,

sobre cabellos lisos y frondosos.

Reposar sobre ese vapor tan familiar

que tienen las ideas felices,

y dejar mis fibras al sol,

como quien asolea las uvas

de un futuro vino meloso.

 

Quiero ser una pluma joven

de ave silvestre,

intrépida, aventurera,

de las que sorprenden

caricias temerarias

en parques nostalgiados.

 

Y al final,

cuando se canse mi cuerpo

de tanto querer haber sido,

una sola cosa más,

quiero que me dejen tranquila,

con mis canas y mi vino,

sentada frente al mar,

mirar gaviotas.